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jueves 2, de mayo , 2024

Cuando los efectos secundarios de un medicamento plantean riesgos reales

Hace como un mes dejé de tomar un medicamento sin contactar primero al doctor que me lo recetó, una decisión que regularmente he advertido a otros que nunca hagan. Un neurólogo me había recetado el anticonvulsivo Keppra como medida preventiva, en caso de que una convulsión hubiera sido la causante (porque de lo contrario no habría otra explicación) de una caída en la que me golpeé la cabeza y una breve pérdida de memoria.
El neurólogo estaba tomando las precauciones debidas conmigo. Hace dos años, había tenido un accidente igual de misterioso, acompañado de una laguna mental de unos 15 minutos.
Ya se había descartado un trastorno del ritmo cardíaco, y pasarían semanas antes de que pudiera someterme a un estudio de tres días de mis ondas cerebrales para detectar actividad convulsiva. Pero tras 10 días de tomar Keppra, cuya etiqueta advertía que podía causar adormecimiento, me sentía mucho peor que “muy somnolienta”. Apenas podía moverme. Pasaba todo el día en cama, incapaz de trabajar, leer o incluso ver televisión. Además, estaba deprimida, lo suficiente como para empezar a enumerar las actividades que podía cancelar, como quizás la vida misma.
Cuando una amiga me comentó que ella también había estado fatigada y deprimida mientras tomaba otro anticonvulsivo, tuve que saber si mis síntomas eran causados por la lesión en mi cabeza o el medicamento, y la manera más fácil de descubrirlo un sábado por la noche era dejar de tomarlo. Luego de 36 horas, era una persona nueva, había recuperado casi por completo mis niveles normales de energía, habilidad para trabajar y entusiasmo por la vida.
Al principio, pensé que me adaptaría a los efectos secundarios del medicamento, pero no hacían más que empeorar cada día. Mi amiga me dijo que había dejado de tomar el anticonvulsivo cuando terminó sentada en el borde de una ventana abierta. Ese lunes, llamé a la oficina del neurólogo y aunque me retó con toda razón por haber dejado de tomar el medicamento sin su aprobación, al menos viví para contarlo.
Estoy segura de que no he sido la única en abandonar un medicamento sin —o incluso en contra de— la recomendación de un doctor. No hay duda de que muchos, como yo, experimentaron efectos secundarios que eran mucho peores que la condición que el medicamento debía tratar.

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