Padre José Ceschi
Lo que empezó siendo una llamita se fue transformando con el tiempo en un verdadero incendio. Pero del bueno. Estamos hablando del Movimiento de los Focolares, nacido en Trento, año 1943, en plena segunda guerra mundial.
La palabra «focolar» es típica del norte de Italia. En italiano se dice «focolare», que deriva a su vez de la expresión latina «focus», fuego. Equivale a nuestro concepto de hogar, sobre todo el referido al fogón o chimenea que entibia la casa cuando hace frío.
Con otras jóvenes de su edad, Chiara Lubich inició una experiencia espiritual centrada en el amor recíproco, con una doble dirección: hacia dentro del grupo y hacia los demás, sobre todo los más necesitados.
Respondiendo a preguntas periodísticas, Chiara explicó el estilo de su experiencia:
«El focolar es luz, es sal. Está formado por miembros de distintas categorías sociales, naciones y razas, lo cual da testimonio, por sí mismo, de la universalidad del movimiento.
Pero hay otro elemento que contribuye a que el focolar sea una novedad: no está compuesto solamente por personas consagradas en la virginidad, sino que forman parte de él, con iguales derechos y deberes, personas casadas que sienten el llamado a ser totalmente de Dios, espiritualmente; si bien es obvio que su participación en la vida del focolar esté limitada por los propios deberes familiares…
Otras normas regulan la vida del focolar y de sus miembros, pero no son otra cosa que expresiones concretas del amor, como lo es la comunión de los bienes, la irradiación en el mundo del ideal que anima el focolar, el camino espiritual que recorren los focolarinos, ayudados por las prácticas que la Iglesia recomienda al común de los fieles, el cuidado de la salud; una forma de vestir y arreglar la casa que, siempre por la caridad, debe adaptarse al ambiente en el que el focolar está situado; el estudio religioso, para acompañar a la sabiduría, y el estudio profesional, para que el cristiano sea un hombre lo más perfecto posible…».
¡Hasta el domingo!