La intensidad y frecuencia de los incendios perjudiciales para los ecosistemas están aumentando en todo el planeta y se incrementarán hasta un 30% en las tres décadas venideras para trepar hasta 50% para finales de siglo, representando un «desafío para el que, en este momento, no estamos preparados», advirtió recientemente el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en su informe.
El organismo, con sede en Nairobi, prevé que la crisis climática y el cambio en el uso de la tierra harán que los incendios forestales sean más frecuentes e intensos, con un incremento global de incendios extremos de hasta el 14% para 2030, el 30% para finales de 2050 y el 50% para finales del siglo.
Los incendios forestales han exacerbado la crisis climática al destruir ecosistemas ricos en carbono como las turberas y los bosques, lo que hace que el paisaje sea más inflamable. La restauración de los ecosistemas como los humedales, ayuda a prevenir incendios y crea zonas de amortiguamiento en el paisaje.
El cambio climático aumenta las condiciones en las que se inician los incendios forestales, incluidas más sequías, temperaturas del aire más altas y vientos fuertes. Pero, además, las dudas que de algunos sectores políticos plantean acerca de si esos fuegos son iniciados intencionalmente para ganar terrenos que posteriormente serán utilizados para siembra de productos como la soja hacen que el panorama se pinte con demasiados colores de dramatismo.
En 2018, nuestra zona se vio altamente impactada y perjudicada por la quema de campos, originando pérdidas materiales millonarias y la consiguiente angustia para los afectados. Las medidas para intentar evitar que la situación vuelva a repetirse siguen la lógica de lo que ocurre en el resto del mundo: los recursos destinados a la prevención de estos estragos son ínfimos y, como casi siempre ocurre, cuando se llega tarde al flagelo, este suele ser mucho más difícil de combatir.