La infructuosa lógica del desencuentro​

Como sucede habitualmente, pero más aún en años electorales, los discursos antagónicos en las arenas políticas son pan de cada día para los argentinos. Todo lo que ocurre a nivel dirigencial cuenta con partidarios –y fanáticos- que buscan defender sus posturas a como dé lugar y (casi con el mismo énfasis) denostar al que piensa diferente. Estimado lector, elija usted cualquier tema que integre la agenda pública nacional, provincial y departamental y verá a las claras que las controversias les ganan por goleada a los acuerdos.​
Martín Buber fue un filósofo israelí nacido en Viena y en su libro “Yo y Tú” -obra fundacional de lo que llamó la filosofía del diálogo, escrito en 1923- afirmaba que no hay vínculo posible, del tipo que fuere, si no existe el otro. Uno puede negarle o quitarle atributos, puede odiarlo incluso, pero nunca despojarlo de todos sus atributos ni odiarlo por entero, porque eso significaría negarlo, eliminar ese Tú necesario y esencial para cualquier relación. Dos que se niegan, dos Yo que se pretenden posibles sin un Tú, jamás podrán dialogar. Dos monólogos paralelos no son un diálogo, explicaba Buber, para quien “toda vida verdadera es encuentro”.​
La negación del otro, del que es, piensa o actúa diferente -como ocurre en demasiados de nuestros ámbitos- parece estar fijada en el inconsciente colectivo, ser parte del ADN nacional, y es independiente de las causas que se enarbolen, por muy dignas que sean o parezcan.​
La cuestión viene al caso cuando, en situaciones de crisis extremas (cosa común en el país), se reflotan palabras como “diálogo” o “consenso”. Pareciera que se trata de talismanes capaces de pacificar los espíritus y generar una atmósfera de armonía y entendimiento. Sin embargo, ni siquiera hay acuerdo acerca de qué se habla cuando se dice diálogo o consenso. Y mientras no haya voluntad de sentido y reconocimiento del otro, ningún diálogo será posible y reinará el desencuentro. Como ha ocurrido hasta ahora.