Los números que la semana pasada reveló el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) sobre la última EPH –Encuesta Permanente de Hogares– y el Informe de Distribución del Ingreso proyectan que la pobreza llegó al 46% de la población argentina en el trimestre abril-mayo-junio.
La EPH es una encuesta que se lleva a cabo en 31 aglomerados urbanos de todo el país. Sin embargo, no incluye la población rural. Así, la pobreza evidenciada es de un 46% entre la población urbana, pero si se proyecta al resto del país, la cifra sería superior y el número de personas pobres llegaría a superar los 20 millones.
Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA (Universidad Católica Argentina), explicó que «en toda crisis se produce un empobrecimiento de la población y también una mayor desigualdad. En esta crisis (la de la pandemia de coronavirus), con los datos del INDEC, surge que hay mucha rotación entre los pobres. Hay indigentes que pasaron a ser pobres y pobres que descendieron a la indigencia. Esto debido a los programas de protección social que ayudaron a mucha gente a salir de la indigencia, mientras otros sectores, en especial de las clases medias bajas, con pérdida de empleo, caída de ingresos y sin ayuda estatal, cayeron en una pobreza».
Resulta evidente que en los últimos años las medidas adoptadas en materia económica en el país no fueron suficientes para remover ni mucho menos resolver los problemas estructurales que generan pobreza e indigencia entre nuestros compatriotas. Para colmo de males, el año 2020 vino acompañado de una pandemia que, lógicamente, complicó aún más la toma de decisiones y profundizó los problemas que arrastramos desde hace años.
Las brechas de desigualdad social persisten en nuestra sociedad. Acotarlas o, en el mejor de los casos, hacerlas desaparecer, debería ser uno de los principales objetivos a cumplir por nuestra dirigencia una vez que la pandemia sea historia.