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viernes 19, de abril , 2024

La psicología de los precios: las curiosas distorsiones que genera la inflación en la cabeza de los argentinos y que muchas veces pasan desapercibidas

Kate es una neoyorquina que vive en Buenos Aires hace dos años. Acostumbrada a que el litro de leche salga siempre US$1, tuvo que aprender rápido las lecciones de economía argentina: el “camine, señora, camine” para encontrar el mejor precio en la verdulería, la imposibilidad de ahorrar en pesos y las dificultades para proyectar un presupuesto para la cafetería que instaló en el Microcentro. Para sobrevivir en una jungla inflacionaria, tuvo que adoptar vicios: enrosques a la hora de tomar decisiones que dificultan todo, pero que ayudan a llegar a fin de mes

Lo que le pasó a esta estadounidense es lo que, lentamente, todos los argentinos aprenden desde la cuna por vivir en un país inflacionario. Ese aprendizaje es imperceptible y se naturaliza sin demasiado cuestionamiento. Y son esos vicios, esos enrosques, los que a su vez retroalimentan a la suba de los precios: los aumentos “por las dudas”, los contratos cortos e indexados… todo confluye en que sea muy difícil salir de la espiral.

Claro que los consumidores y los comerciantes o empresarios no son los culpables de que haya inflación, pero las decisiones que se ven forzados a tomar por la coyuntura terminan reforzándola.

Consumidores: cuotas, compras “refugio” y comparación de precios

Hay particularidades que son inherentes al consumidor argentino de la última década. Consulta multiplicidad de negocios o plataformas online porque no saben cuál es el precio “justo”. A su vez, usa las cuotas sin interés a su favor, porque sabe que, en el corto plazo, ese monto inicial que parecía tan alto se va a licuar. Alguno que otro cree que, si compra bienes durables, como una moto o una heladera, o hasta alimentos con vencimiento largo, se va a “refugiar” de la inflación. Todos comportamientos que difícilmente estén tan exacerbados en países estables.

“Ser consumidor en Argentina es muy difícil. La teoría económica suele asumir que el consumidor conoce las características del producto que va a comprar, su precio y las distintas opciones que hay en el mercado. Lamentablemente, este supuesto no aplica para la Argentina actual. Hoy sabemos poco, bastante poco, de los precios que rigen nuestras decisiones de consumo”, explica Federico Moll, director de la consultora Ecolatina.

Los argentinos son más propensos a ahorrar en dólares. (Foto NA/PL).

“Los que fueron adultos en la década del 90 saben que no siempre esto fue así. Algunos todavía hoy, 20 años después, recuerdan cuánto salía un paquete de cigarrillos o una lata de cerveza por aquellos años. Algunos precios se grabaron en su memoria y los recuerdan más que los precios actuales. La situación hoy es completamente distinta, difícilmente recordemos los precios de nuestra última compra en el super”, suma.

Otra particularidad, señala Gabriel Palazzo, investigador de Equilibra y Cedes, es la forma de ahorrar que tienen los argentinos. “En el país ocurre un ciclo que la argentina y el argentino ya entendieron: hay períodos en donde se utiliza el tipo de cambio para intentar bajar la inflación de forma temporal, pero que sin embargo provocan una apreciación de la moneda. Al final del día esa apreciación no resulta sostenible y el tipo de cambio nominal ajusta”, apunta, y agrega: “La enseñanza que tenemos es que si cuando ocurre la depreciación de la moneda teníamos nuestros ahorros en pesos y sin ningún tipo de cobertura, vamos a perder poder adquisitivo. Por lo tanto, tenemos una mayor propensión en ahorrar en dólares”.

Vendedores: aumentos preventivos y todo al corto plazo

Los vendedores también tienen sus “vicios”. El más común, que se da especialmente en sectores muy atomizados, como los corralones o las panaderías, son los aumentos “por las dudas” cuando ven que el tipo de cambio se mueve, incluso en casos en los que lo que venden ni siquiera está dolarizado.

De nuevo, dólar e inflación forman un combo que complica la toma de decisiones a largo plazo. Así lo explica Palazzo: “Si el tipo de cambio se usa como herramienta desinflacionaria para disminuir momentáneamente la inflación, la posibilidad de que se incremente la brecha o que restrinjan las importaciones es más alta, pero imposible de incorporar en un plan de negocios. Esto desincentiva realizar estrategias productivas de largo plazo e incentiva cualquier proyecto que se pueda recuperar la inversión rápidamente. Es decir incentiva proyectos de corto plazo, que en general son menos innovadores y tienen menos efectos positivos para la economía en su conjunto”.

También embarran la formación de precios. Como regla general, los comerciantes saben que si el precio es muy alto venden poco y ganan mucho por unidad, y que si es muy bajo lo contrario, apunta Moll. En cambio, en un contexto inflacionario las reglas para fijar precios se vuelven menos complejas, con “heurísticas que les funcionaron en el pasado”, como incorporar un margen a sus costos y mantenerlo fijo. “Son la mejor respuesta al contexto reinante, pero están lejos están de ser óptimas y de asegurar que sus beneficios sean los máximos”, subraya.

Los vendedores también tienen sus “vicios”. (Foto: Archivo/Reuters)

La razón de esas distorsiones

Los argentinos son de manual. No inventaron esos comportamientos, todo lo contrario: están escritos en piedra en manuales de macroeconomía desde hace décadas. A continuación, algunas de esas premisas:

  • Memoria e inercia inflacionaria: en un país inflacionario, es habitual que lo que sucede un mes se replique el mes siguiente, y por eso hay cierta “inercia” que persiste en la cabeza de los compradores y vendedores, que toman sus decisiones pensando en que la inflación no bajará en el corto plazo. “La memoria inflacionaria finalmente es un problema de credibilidad en la política. Cuanto más creíble la política, menos importante la memoria de la inflación pasada”, señala José Fanelli, doctor en Economía y profesor de la Universidad de San Andrés.
  • Dispersión de precios relativos: cualquier argentino sabe más o menos lo que cuesta un dólar, pero ¿cuántos saben lo que cuesta una libreta, o una lapicera? “Empíricamente, cuanto mayor la inflación, mayor la dispersión de precios y, por ende, no se sabe cuánto salen las cosas”, detalla Fanelli. No se entiende bien qué es “caro” o “barato” y eso redunda en más tiempo tratando de encontrar el mejor valor. “La asignación de recursos se hace mal: se gasta más en algo en lo que se tendría que haber gastado menos”, suma.
¿Podrán los argentinos despojarse algún día de estas distorsiones? (Foto: Adobe Stock)Por: Rmcarvalhobsb – stock.adobe.com
  • Impuesto inflacionario: la pérdida de valor de la moneda hace que nadie se guarde la plata. Los pesos queman y eso hace que, o bien se recurra a “comprar cualquier cosa” o, si hay más incertidumbre respecto del futuro, a resguardarse en dólares.
  • Acortamiento de contratos: es difícil pensar en un alquiler fijo o un sueldo fijo a mediano plazo en la Argentina. “El problema número uno de la inflación es este: el acortamiento de contratos hace a una sociedad que no puede invertir ni pensar en el futuro”, apunta.
  • Contratos indexados: es uno de los principales factores que hacen a la inercia inflacionaria, explica Fanelli. Si una paritaria está indexada a la inflación pasada y, de un día para el otro, se armara un plan de estabilización que terminara con la suba de precios, entonces habrá problemas para los empleadores para hacerse cargo de esos contratos. “Es como la memoria inflacionaria volcada en contratos”, concluye Fanelli.

¿Podrán los argentinos despojarse algún día de estas distorsiones? “Los comportamientos defensivos se terminan cuando ya no hay ataques. Lamentablemente hoy su existencia, si bien es fruto de una adaptación al ambiente, lo perpetúa y complica la desinflación. Es por esto que bajar los niveles de inflación es una tarea difícil que no se logrará si no hay un consenso de las causas y una fuerte determinación política”, cierra Moll.

 

Fuente: TN

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