El presidente del Banco Central, Miguel Ángel Pesce, confirmó ayer que en los próximos meses habrá una nueva familia de billetes, sin las imágenes de animales autóctonos y con papeles de denominación más alta, es decir, que habrá un billete, o más, con un valor superior a los $1.000.
“Vamos a elaborar una nueva familia de billetes. Eso nos va a llevar alrededor de un semestre. En la nueva familia es muy posible que incluyamos un billete de mayor denominación”, señaló el presidente del Banco Central en declaraciones radiales. Y destacó que se dejarán de utilizar las figuras de animales autóctonos, tal como implementó en 2016 la administración del expresidente Mauricio Macri tras no pocas polémicas. “Vamos a convocar a quienes nos puedan ayudar a identificar personas que fundamentalmente representen los valores sociales de nuestro país”, agregó Pesce.
Está claro que los billetes son una forma de mostrar al Estado que representan, hasta se podría decir que son parte de su relato y de su “yo” nacional. Claro, en muchas ocasiones (como ocurrió y ocurre aquí) no es el Estado sino el gobierno de turno el que decide al respecto. “Durante décadas hubo un acuerdo casi unánime: los billetes latinoamericanos exhibían próceres. Un prócer, en América Latina, es un político y/o general que vivió en el siglo XIX. La injusticia era flagrante: esa gente es el equivalente de los que ahora detestamos/despreciamos, solo que vivieron en aquellos años lejanos que seguimos considerando fundamentales, fundacionales, y entonces se quedaron con las avenidas, las grandes plazas, los billetes”, dice el periodista Martín Caparrós en una nota reciente.
Hace casi cuatro años los animales llegaron a nuestros billetes para dar un mensaje de cambio. Ahora parece que vuelven los próceres. La grieta sumará otro capítulo. La galería de modelos a seguir y la construcción de nuestra identidad continúan variando, las mejoras en la economía –esa que habitualmente representan los billetes– se siguen esperando.