El 29 de julio de cada año en nuestro país se conmemora el Día de los Valores Humanos que tiene como motivo regular la conducta, superación y dignificación moral y espiritual de cada persona. Se sancionó mediante la ley 25.787 en 2003. Estos valores son los cimientos donde se debe sostener una nación. Una patria que pondere y aprecie los valores entonces será una patria libre, independiente y soberana.
La realidad moderna parece mostrarnos que los antivalores copan el escenario; donde el tener vale más que el ser; donde lo efímero y fácil tiene mejor imagen que el esfuerzo y la valentía; donde la “viveza criolla” vale más que la honestidad y la transparencia; y donde el “no te metas” es más fuerte que el compromiso.
Todo proceso de declinación o decadencia nacional encubre, por lo general, un progresivo debilitamiento de los valores de orden moral que alumbran la dinámica interior de toda comunidad o de sus estructuras sociales, familiares o dirigenciales.
Un país se proyecta y se edifica por múltiples caminos. Se proyecta y se edifica por la vía de los grandes emprendimientos que permiten avanzar hacia el pleno desenvolvimiento de las energías que toda sociedad esconde en lo más profundo de su potencial económico y productivo. Pero el crecimiento integral de una nación o de una sociedad presupone algo más: la preservación de su mejor y más hondo reservorio de valores morales. A esos valores debe atender la comunidad en una correlación permanente con el fortalecimiento de sus estructuras educativas y de las energías que emergen de su riqueza interior y de su vocación espiritual y creativa. Y en ese proceso desempeña un papel decisivo la fuerza que emana de ese sedimento de valores humanos a los que resulta imprescindible volver una y otra vez.
Ninguna sociedad puede encontrar el camino hacia su crecimiento progresivo e integral si no tiene a la vista nociones y modelos efectivos de conducta, de superación y de dignificación. Hoy es un buen día para recordarlo y, sobre todo, para practicarlo.