Miseria y miserables

A mediados del 1800, Víctor Hugo publicaba su obra “Los miserables”. En la novela, considerada una de las obras más importantes del siglo XIX, el escritor francés plantea una discusión sobre el bien y el mal, la ley, la política, la ética, la justicia y la religión.
Ambientada durante los sucesos de la Rebelión de Junio de 1832 en París, Víctor Hugo presenta allí gran parte de su propio ideario político. Jean Valjean, personaje principal, es un ex convicto al que encerraron durante veinte años por robar un pedazo de pan y que se convierte en un hombre ejemplar que lucha contra la miseria y la injusticia y que empeña su vida en cuidar a la hija de una mujer que ha debido prostituirse para salvar a la niña. La historia atraviesa tópicos tan diversos e interrelacionados como el amor, el sacrificio, la redención, la amistad, el progreso, la ley, el alma, Dios, el contrato social, el crimen, la justicia y la pobreza…
Las miserias humanas suelen profundizarse en momentos de crisis. El momento que vive el mundo y, obviamente, nuestro país, requiere de ciudadanos y dirigentes unidos y solidarios.
Según datos recientes, en la Argentina la pobreza es cada vez mayor. De hecho, somos más los pobres que quienes no lo son. Viscosa, ominosa, esta mancha no deja de extenderse sobre los ya tenebrosos escenarios nacional y provincial.
Sin embargo, una cosa es la miseria económica y material, y otra son los miserables, que abundan y no padecen penurias económicas. Al contrario, muchos de ellos, desde sus funciones, desde sus poderes y desde sus enjuagues en la lucha por el poder, lucran de diferentes maneras con los padecimientos de las víctimas de la miseria material.
Algunos de estos miserables consiguen siempre sus propósitos: el poder, la perpetuidad en el mismo, la impunidad, cosechan frutos de la corrupción y de negociados, y siempre están cerca de los puestos de decisión o han llegado hace poco pero ya han hecho mucho daño. A ellos les cabe la reflexión de Víctor Hugo en la novela, acerca del fanático policía que persigue incansablemente a Jean Valjean: “Es indudable que Javert, en su felicidad, era digno de lástima, como todo ignorante que triunfa”.