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viernes 19, de abril , 2024

Quedó embarazada, él la abandonó y la vida le dio revancha: lo increíble fue con quién

La gente nunca quiere ser parte del proceso, pero quieren ser parte del resultado. Sucede que el proceso es donde descubrimos quién merece ser parte del resultado…

“Es una historia larga y de mucho luchar. Llegaron nuestros cinco hijos tan rápido que no tuvimos tiempo de conocernos profundamente porque era una constante atenderlos y criarlos. Hasta que nos encontramos solos en pandemia y empezamos a hacer los TikTok”, cuenta Sonia. “Comenzamos muy diferente a otras historias, no tuvimos noviazgo literalmente”.

La historia oficial

El 21 de mayo de 1962 la familia Chpritz se hallaba en la provincia argentina de Corrientes, celebrando el primer cumpleaños de su primogénita, Laura. Lo que jamás sospecharon es que ese mismo día iba a nacer Sonia Inés, la segunda hija de Isaac y Dora Chprintz. Enseguida del nacimiento, y con la familia ya agrandada, regresaron al Talar de Pacheco, Provincia de Buenos Aires, donde vivían todo el año.

Isaac Chprintz tenía la idea de sacar a su familia del lugar que habitaban; sentía que no era un sitio apropiado para criar hijos y quería darles un futuro mejor. En 1978, se le dió la oportunidad de trabajar en la recién inaugurada planta Papel Prensa, ubicada en San Pedro, y no dudó en mudarse con su mujer y sus cuatro hijos.

El casamiento por civil, en diciembre de 1986 en San PedroEl casamiento por civil, en diciembre de 1986 en San Pedro

Sonia Chprintz tenía 15 años cuando se trasladaron a vivir a San Pedro, donde continuó el tercer año de la secundaria. En quinto año pensó que era buena idea ayudar a su familia con los ingresos, y, a los 19, empezó a trabajar en una oficina como liquidadora de sueldos. “Costaba mucho la economía de casa, éramos cuatro hermanos, mi papá trabajaba todo el día. En ese tiempo uno no le pedía dinero a su papá, y yo quería tener el mío propio. Quise ir a estudiar, me preparé para medicina, era una época jorobada y mi papá no me dejó porque tenía miedo”, se refiere a los años de la dictadura.

Jorge Luis Chediak nació el 29 de octubre de 1959, en San Pedro, producto del matrimonio entre Alyde y Jorge, ambos inmigrantes del Líbano. Jorge Luis o “Queque”, como le dicen desde que nació, es el mayor de tres hermanos varones que crecieron en una familia acomodada de San Pedro.Su afición por los aviones -”me recibí de piloto”- lo mismo que su excéntrico tatuaje en el cuello – “me tatué hace un mes; lo vi en una película y me encantó”- dejan ver su espíritu libre e impulsivo que, en gran parte, dan lugar a esta historia de amor.

Corría el año 1982 y Sonia, de 20 años, a la salida de su jornada laboral se juntaba cada tarde con sus amigas en “Jano” -el café de la calle Mitre al 1000- para charlar y tomar un cafecito. “Mi trabajo era en el centro, quedaba a 30 cuadras de casa, y eran tardecitas lindas de verano que después de juntarnos volvía caminando a mi casa”. Hasta que un día, “casualmente”, Queque entró en el “precioso bar de la calle Mitre”.

Lo que Sonia no sospechaba es que el hombre no llegó a ese bar de casualidad; la tenía “fichada” hacía rato. “¡Claro! Yo a ella la conocí en un boliche”. Fue un día que en San Pedro hubo un rally de autos y todos los jóvenes del pueblo habían quedado en juntarse en Hollywood -el bailable del momento- antes de la carrera. “Ahí la vi”, describe él con la trascendencia que significa esa primera vez que uno divisa al amor. “La empecé a mirar, mirar, mirar… La miré por todos lados -indica con su mano haciendo un paneo continuo de arriba hacia abajo-, y la seguía por todo el lugar”, sigue indicando su recorrido, ahora con el dedo. “Yo no registraba porque estaba de novia con el dueño del boliche”, interviene Sonia risueña.

“Después empecé a investigar por dónde andaba ella. Ahí, descubrí que venía todos los días caminando por una calle cuando salía de trabajar, y empecé a seguirla”, Queque se refiere a Mitre, la vía central de San Pedro. Así, el joven insistidor, la interceptaba cada día durante el trayecto, la saludaba y le ofrecía llevarla en su coche, pero ante la negativa de Sonia, el candidato la acompañaba dándole charla desde la ventanilla de su coche, a paso de hombre. “Hasta que un día entro a un bar, y ahí estaba ella sentada con una amiga y un amigo mío”, dice, apurado por relatar lo que sigue, “entonces empecé a ir a ese bar… para verla”, sonríe Queque.

“Mi familia era una familia muy laburadora, muy de abajo, mi papá dejó todo por mi mamá. Y él -dice Sonia señalando a su marido- de una familia súper bien, con negocios, bien a lo turco, tiendas, peletería, en ese momento se usaban las pieles, tenía toda la pinta, toda la ropa, siempre estaba vestido impecable, sigue impecable siempre”, dice mientras lo abraza. “Tenían un montón de autos, motos, de todo y yo venía caminando de trabajar”, recuerda ella haciendo énfasis en el prejuicio que tenía formado de Queque por tan sólo haberlo cruzado. “Me parecía que era re antipático y engreído. Peinado a la gomina con el pelito para atrás, impecable siempre con su bigotito, sus pantalones, sus zapatillas blancas inmaculadas”, saca a relucir el inventario de un look inalcanzable para alguien que viene de un hogar donde los lujos pasan por sacrificar el asado del domingo para que los hijos puedan comprar sus libros para el colegio. “Era divino pero yo decía éste no es de mi nivel. Lo veía como muy arrogante y ni lo saludaba. Tenía un encendedor de oro -Queque se ríe y agrega, “un Dupont, pero no fumo más hace años”- y eso ya era demasiado para mí”.

Entonces, este personaje “arrogante” se sentaba en la mesa de Sonia y charlaba como uno más del grupo. “Yo no lo saludaba pero él iba por mí al bar todos los días”. Hasta que una tarde lluviosa, el paciente Queque, ansioso por conquistar a la veinteañera que sin saber lo había flechado al ritmo de Hollywood, encontró la oportunidad: “Llovía fuerte entonces le ofrecía llevarla a la casa”.

“¡A todas nos llevaba!” interviene ella, marcando con el índice. “Nos cargaba a todas en el auto, las repartía a todas mis amigas y a mí me dejaba para lo último, con la excusa de que yo vivía lejos”, recuerda, relatando el famoso truco que tenían los caballeros para quedarse al menos unos minutos a solas con la chica que les quitaba el sueño.

Adriana, una de las infaltables en la mesa de “Jano”, era amiga de ambos y contaba con el privilegio de escuchar las dos campanas: la de la perseguida y la del perseguidor. Por un lado estaba Queque que le decía que Sonia le encantaba, que lo ayude, “que me haga gancho”. Y en la otra oreja la tenía a su amiga protestando: “Ay, Adriana, viene otra vez este que no me lo banco”, se quejaba. Y la amiga, que sí lo conocía en más profundidad, le decía a Sonia, “pero vos no sabés lo que es Queque. Dale tiempo a conocerlo porque no sabés, es tan bueno, no es como vos te lo imaginás”. Así, poco a poco Sonia se fue convenciendo de que su amiga Adriana tenía razón, “era verdad, él era tan cariñoso y tan dado que, es más, siempre tomábamos un café y él iba y pagaba la mesa, muy atento, caballero, te corría la silla, te abría la puerta”, cuenta orgullosa arrimándose al señor que hoy tiene al lado y, aclara, sigue conservando los mismos modales que desde el primer día, “así que me dejé llevar”.

En consecuencia, un día de la “repartija” en que, como ya era habitual, Sonia quedaba para el final en el auto de su pretendiente, por fin Queque se animó. “Después de muchos meses, un día me deja en la puerta de casa como todas estas veces que nos llevaba, y me da un beso antes de que me bajara del auto, en la esquina de mi casa. Y ahí arrancó todo esto”. Y empezaron a salir.

La historia NO oficial

A las pocas semanas de romance, Sonia comprobó que su amiga tenía razón: Queque era todo lo que una mujer podía pretender en un hombre, y enseguida se enganchó con el galán de la alta sociedad. Se veían todos los días de la semana. Y a los tres meses juntos, Sonia lo sabía: estaba completamente enamorada. Pero no fue sólo eso lo que descubrió: “Me llamaba la atención porque no se mostraba mucho conmigo y la mayoría de fines de semana yo no lo veía”, explica Sonia. Entonces una noche de viernes que quedó para salir con sus amigas -”hacíamos una previa también en el bar Jano”-, el mundo se le vino encima. “Cuando entro lo veo a Queque en el fondo sentado con una chica… abrazados. Quedé helada. Casi me muero”, y entre incrédula y desesperada, le rugió a su amiga, “Adriana, ‘¿Vos estás viendo lo mismo que yo veo?”, quien se escudó, “sí, esperá que ahora te cuento”.

Y ahí le contó. Queque estaba de novio hacía 12 años con Marcela. “¡La quise matar a Adriana por no haberme contado la parte más importante!”, dice Sonia, que destrozada, decidió dejarlo, “lo que más me dolió es la mentira, que no haya sido sincero conmigo”. Pero él, insistente como de costumbre, la volvía a reconquistar, “me seguía todos los días desde la salida de mi trabajo hasta mi casa, yo caminando y él en auto o moto los tres kilómetros”. A veces era indultado pero el Don Juan volvía a esfumarse. “No sabía cómo soltar ‘lo otro’ porque habían pasado mucho años”, se justifica Queque, hablando sobre su relación con Marcela. “No quería hacerle daño. Sólo esperaba que se recibiera de abogada para dejarla”. Pero del otro lado seguía Sonia. “Cuando Queque desaparecía me enojaba entonces, él agarraba el avión y volaba arriba alrededor de mi casa. Yo no quería salir y mi mamá me decía ‘mirá ahí te está haciendo la pasadita’. Lo perdonaba, entendía y esperaba. Nos amábamos mucho, mucho. Para mí no había otro hombre en mi vida. Yo soñaba con casarme con él”.

La familia completa: Agustín, Gastón, Simón, Sara y Amira. Sonia y Queque tienen además tres nietos y uno en caminoLa familia completa: Agustín, Gastón, Simón, Sara y Amira. Sonia y Queque tienen además tres nietos y uno en camino

Entonces, aprovechando que Marcela durante la semana vivía en Buenos Aires donde estudiaba Derecho, Sonia y Queque comenzaron a andar a “escondidas”, con incontables idas y vueltas, durante casi tres años. Pero la cosa se complicaba, “un día mis amigas descubrieron el auto de Queque, que solía dejar oculto a varias cuadras de casa para que nadie lo viera ni sospechara”. Sus compinches, preocupadas, no dudaron en hacerle saber al hombre que con su amiga no se jugaba y que no estaban para nada de acuerdo con esta relación secreta. Acto seguido, le escribieron en el parabrisas con lápiz labial: ‘te vimos, ya sabemos que la estás viendo, dejala en paz’. “Estaban muy enojadas por la situación; tal es así que les costó perdonarlo por unos años”, confiesa Sonia, y sigue, “fueron años que a veces prefiero no recordar”. Pese a todo, el amor de Queque por Sonia también era genuino, “yo sufría, la pasaba mal, me pasaba que quería estar con Sonia y no podía. También soñaba con ella”, se abre él.

Hasta que un día sucedió lo que ninguno esperaba: el “atraso” de Sonia era embarazo. “Le conté que estaba embarazada y que iba a seguir adelante, tomara la decisión que tomara. Fue muy duro ese momento…”, se quiebra ella, “él lo tomó bien, me dijo que se iba a quedar conmigo pero que tenía que resolver ‘lo otro’ primero”. Y desapareció. Sí, durante esos largos fructuosos meses de embarazo, a Queque no se lo vio por aquellos pagos.

Sus jóvenes 22 años jamás la hicieron dudar de la decisión: iba a dar a luz a ese hijo pase lo que pase. “Me quedo sola, sigo con lo mío. Fueron muchas noches de llorar sola y…”, se vuelve a emocionar, “me había hecho la idea de que tenía que trabajar por mi hijo y que iba a empezar una vida sola. No supe más nada de él, nada absolutamente”, dice Sonia, como queriendo remarcar varias veces el vacío extremo de la palabra “nada”. Tratándose de una historia que transcurría en San Pedro -en aquél momento, ciudad de menos de 40 mil habitantes- la ausencia fomentaba aún más el dolor de una futura mamá sin el padre a la vista.

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Una tarde de verano Sonia salió de trabajar y llegó a su casa demasiado cansada; su embarazo estaba muy avanzado, “ya casi a punto de tener, estaba de 8 meses y algo”. Sorpresivamente tocó la puerta Andrés, su hermano, que vivía a media cuadra de distancia, “venite hasta casa que te quiero mostrar una cosa”, alentó Andrés agitando las manos, que ante la negativa de su hermana insistió, “vení que son cinco minutos nada más”.

Cuando Sonia se acercó a la casa vecina, quedó boquiabierta, “ahí afuera estaba la súper moto gigante de él (Queque), que me quería ver”. Propio de su estado, Sonia se sentía “espantosa y gorda”. No se habían visto en meses, “me quedé helada. Me dijo que iba a venir, que iba a estar todo bien, que iba a resolver sus cuestiones. Y yo le dije que de ninguna manera, que no lo iba aceptar y que ya tenía decidido cómo iba a ser mi vida a partir de ese momento. Él como si nada, vino con una sonrisa, mientras yo había pasado todos esos meses mordiendo la almohada y llorando…” recuerda.

“A partir de ahí no lo vi más”, cuenta ella, recordando sus últimas tres semanas previas al parto. Y no creía volver a verlo, “ya me había mentido antes, no aguantaba una mentira más”. Sonia trabajó hasta un viernes de otoño. El sábado a la madrugada empezó con contracciones, sus amigas le hicieron compañía durante todo el día, “las amo, son mis amigas de hace 40 años y todavía sigo siendo amiga de ellas”, le armaron el bolso maternal y se la llevaron a la Clínica San Pedro.

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La historia feliz

Pueblo chico, infierno grande, la verdad es que todo San Pedro estaba expectante de este nacimiento “poco común”. La madrugada del domingo 14 de abril de 1985 nació Jorge Agustín Chediak, “y llegué yo”, interviene Queque, y sigue, “el hermano de ella me llamó que (Sonia) había tenido entonces salí rajando para allá”. Queque le había pedido a Andrés que por favor cualquier noticia del nacimiento de su hijo al primero que tenía que avisarle era a él. Fue un trato entre hombres. Sonia no tenía que enterarse.

Cuando se abrió la puerta de la habitación 12 de la Clínica San Pedro, sobraron las palabras. “Nada. No nos dijimos nada. Nos miramos. Y nunca más nos separamos”, dicen juntos entremezclando una frase con otra.

“Todo el tiempo me decía para mis adentros ‘se va a ir, se va a ir’… y nunca se fue”, revive Sonia, “no le pregunté nada. Ni de su relación, nada de nada”. También había sucedido que, como si la naturaleza fuera no sólo sabía sino superdotada, dos días antes de que naciera Agustín -como lo llaman todos-, Marcela se recibió de abogada y, por fin, Queque la dejó. “Ya estaba solo y empezamos a crear la pareja”, dice él, mientras su mujer al lado se regodea por lo que escucha. Pero no sólo fue el padre de la criatura quien apareció repentinamente en la maternidad, “a los dos días de que naciera Agustín y yo seguía en la clínica, golpean la puerta y entran los padres de Queque, que yo no los conocía”, cae en la cuenta Sonia, mencionando las palabras de Don Chediak con ternura, “‘todo se va a solucionar’, me dijo mi suegro, y mi suegra estaba fascinada con un bebé a pesar de que la amaban a Marcela porque llevaban toda una vida con ella”. Pero enseguida los Chediak supieron amar eternamente a Sonia, la mujer de los sueños de su hijo.

Y aunque todavía no sabían a dónde iban a vivir, sí sabían que de ahí en más serían los tres juntos: Sonia, Queque y Agustín, su bebito recién nacido. “Estuve mucho tiempo soñando que él se iba y nos dejaba. Fue fuerte”, reconoce ella, y sigue, “pero Queque fue siempre muy papá entonces esa duda me desaparecía cuando lo veía con su hijo que lo amaba tanto”. Y así fue que a los 15 meses de convivencia en la casa de Dora, madre de Sonia, llegó Gastón, el segundo hijo de la pareja que, en diciembre de 1986, pasó a ser un matrimonio conformado, con todos los “chiches”, por civil y por iglesia. Nueve meses más tarde se volvió a agrandar la familia: nació Simón. Y luego llegaron Sara y Amira. La familia continuó prosperando y pronto se añadieron Lolo, Roma, Donato y, en camino, Fausto, los nietos.

Hoy su amor se hizo viral en las redes: “Arrancamos nuestra relación formal a partir de que nació nuestro hijo; no tuvimos noviazgo”, relata ella, queriendo explicar que nunca en su vida habían pasado tanto tiempo de calidad solos, “jamás nos tomamos vacaciones solos, ni siquiera nos fuimos de luna de miel porque no queríamos dejar a los chicos tan chiquitos. Nos pasamos toda la vida criando y trabajando para nuestros hijos”, dice Sonia con afecto. Hasta marzo de 2020 que llegó la pandemia: “No había nada por hacer, estábamos solos, y nos volvimos a encontrar. Descargamos TikTok y empezamos a hacer las pruebas mil veces hasta que nos salieran”, se ríen, “de noche y de día haciendo videítos… ¡jamás nos habíamos divertido tanto!”. De repente sus videos, que representaban con gracia escenas cotidianas de la vida conyugal, comenzaron a ser virales también en Instagram; sus reels con más de 10 millones de visualizaciones y 400 mil likes, son el fiel reflejo de que el amor, si es amor, entonces será.

Fuente: Infobae

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