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lunes 6, de mayo , 2024

Vio al hombre lobo que atormentó a un pueblo por una inconfesable razón y asegura: “Ese terror no se olvidó”

En marzo de 1973, un hombre lobo caminó por las calles casarenses del barrio Martín Fierro durante veinte días. El identikit de la criatura, mostrando sus dientes y las garras, aterrorizó desde la tapa de un diario a los vecinos que todavía hoy, aunque ya pasaron cinco décadas, siguen hablando de El lobizón de Carlos Casares.

El historiador y profesor marplatense Fernando Soto Roland tuvo su primer contacto con esta leyenda cuando tenía apenas 10 años y vivía con su familia en el vecino pueblo de Bolívar. A la distancia, entiende la dimensión de aquel suceso que le marcó la infancia y le atribuye el origen de su vocación: investigar la historia de los sistemas de creencias, de las leyendas y mitos urbanos.

“Hoy lo recuerdo casi con nostalgia del miedo perdido”, dijo Soto Roland, en diálogo con TN. No obstante, señaló que aunque “con el paso del tiempo se puede ver aquella historia con cierta ironía o sarcasmo”, tanto los adultos como los chicos de entonces “realmente se sintieron aterrorizados”. “Y ese terror no se olvidó”, subrayó.

El lobizón de Carlos Casares: nace la leyenda

El identikit del lobizón, poco más que un garabato en blanco y negro, pero suficiente para convertirse en la pesadilla de cualquiera, apareció en la primera plana del diario El Oeste a fines del verano del ‘73.

Carlos Casares, en el corazón de la provincia de Buenos Aires y a unos 317 kilómetros de la Capital Federal, atravesaba en ese momento una de las peores inundaciones de su historia, mientras el peronismo volvía a tomar el poder después de 18 años. “Era una época signada por la violencia política, el desencanto”, apuntó Soto Roland, y añadió: “Muchas cosas se conjugaron para generar un contexto en el que monstruos de esta calaña asoman sus orejas”.

El identikit del lobizón que publicó el diario El Oeste.
El identikit del lobizón que publicó el diario El Oeste.

Lo cierto es que durante veinte días el lobizón mantuvo al pueblo en vilo y no faltaron quienes empezaron a salir al anochecer armados para darle caza. “Si estaba en los diarios tenía que ser cierto”, recordó el historiador que pensó a sus 10 años cuando el padre de un amigo suyo le mostró la supuesta foto del hombre lobo en la tapa del matutino. Como él, todos los vecinos se convencieron de su existencia y el rumor trascendió los límites de la ciudad como si tuviera vida propia.

“Tengo tan vívido ese momento todavía que me parece mentira que haya pasado medio siglo”, dijo Soto Roland, y rememoró: “Sufrí como una especie de shock: en los pueblos del interior personajes como La Llorona o el Lobizón salen de los renglones escritos, los rumores se vuelven casi materiales”.

El fotógrafo, el sospechoso

Con los años y gracias a convertir aquel terror de la infancia en su profesión, Soto Roland investigó y pudo reconstruir, entre otras, esta historia en particular, la cual volcó en su libro El lobizón de Carlos Casares: “Hubo muchos testigos que juraron haberlo visto dar saltos impresionantes, saltos que permitían que la criatura llegara a un techo de una casa y se perdiera en la oscuridad, que por entonces se hacía aún más oscura por los tiempos que el pueblo estaba viviendo”.

Sin embargo, pese a las habilidades extraordinarias que le atribuían, la conclusión a la que llegó a partir de los testimonios sorprendió al propio Soto Roland. El lobizón, para sus vecinos, no era otro que el fotógrafo de aquel diario que había publicado el identikit del supuesto hombre lobo: Juan Carlos Testa, – también conocido entre sus vecinos como Raphael, porque antes de ser reportero gráfico era integrante de un grupo que hacía covers del famoso cantante español.

“El nombre del ‘Loco’ Testa aparecía una y otra vez”, indicó a este medio el escritor, y reafirmó: “Para la mayoría de la gente él había sido el lobizón, el responsable de ese mes de terror en Carlos Casares con la sola intención de vender más diarios”.

Juan Carlos Testa, alias Raphael, el fotógrafo del diario El Oeste.
Juan Carlos Testa, alias Raphael, el fotógrafo del diario El Oeste.

“Probablemente, algo de verdad haya..”, deslizó sobre esa hipótesis. Pero al mismo tiempo, resaltó que Testa era un hombre simpático y muy querido entre los vecinos de la zona.

“…hoy me crecieron muy largas las uñas”

En su búsqueda de información, un día Soto Roland se cruzó en las redes con una de las hijas de Testa, Estefanía, que había compartido una foto familiar con un epígrafe que decía: “¡El Lobizón y sus siete lobizones!”. La referencia, clarísima, apuntaba al conocido mito guaraní del séptimo hijo varón que se convierte en lobo como Nazareno Cruz. La joven fue quien finalmente puso en contacto al investigador con el fotógrafo del diario El Oeste.

“Tuvimos dos o tres charlas, pero lo primero que le pregunté fue si era él”, recordó Soto Roland. Testa se despachó entonces con un relato detallado de su supuesto encuentro con la criatura, que el historiador reproduce fielmente en su texto.

“Mire, los lobizones no existen, pero que los hay, los hay.Todo el asunto empezó cuando se apareció en el barrio Martín Fierro, en un coche abandonado, un Gordini propiedad del exsargento de policía (retirado) Juan Barrenechea (…) Pedrito Yemeli me avisó mientras yo estaba en el diario. Fui con el director del diario, Gerónimo Vásquez, y ahí encontré a Méndez, el carnicero, con un cuchillo en la mano y temblando de miedo”, explicó el fotógrafo.

“¡El Lobizón y sus siete lobizones!”, la foto compartida en las redes por una de las hijas de Testa.
“¡El Lobizón y sus siete lobizones!”, la foto compartida en las redes por una de las hijas de Testa.

Y completó: “Dentro del coche había mucha sangre y Méndez contó que una silueta grande salió corriendo desde el interior del coche, saltó el alambrado limpito y corrió por arriba del agua (de las inundaciones) en dirección a la quinta de Juan Cerdaz. Aullaba. Esa fue la primera aparición”.

En diálogo con TN, Soto Roland repasó esas entrevistas y subrayó: “En ningún momento me reconoció que él era de manera directa el lobizón…Era una persona sumamente simpática, irónico”.

Testa pasó sus últimos años dedicado a la apicultura, hasta que murió en diciembre de 2021. “Me quedé con las ganas de haber compartido una tarde con él”, admitió el escritor. La última vez que conversaron, Testa se despidió con un saludo cuanto menos particular: “¡Saludos fraternales! Y no lo abrazo porque hoy me crecieron muy largas las uñas”.

Fernando Soto Roland, autor de El lobizón de Carlos Casares.
Fernando Soto Roland, autor de El lobizón de Carlos Casares.

Dicho ha sido, dicho queda. Todo lo que tiene nombre, existe

Mito o realidad, el mismo diario que alimentó la leyenda del lobizón fue el que tuvo que empezar a bajarle el tono a la noticia cuando la cacería de vecinos autoconvocados para terminar con el monstruo amenazó con salirse de control. Así, después de casi un mes, la figura se desdibujó.

“(El lobizón) fue un mojón en la historia del pueblo”, enfatizó Soto Roland, a 50 años de toda aquella locura colectiva, y apuntó: “A esta altura la leyenda del lobizón del año ‘73 es una parte importante del patrimonio intangible de Carlos Casares”.

Para el historiador, el difícil momento que atravesaba Casares en esa época tuvo una relación directa con la creación del lobizón. “Había una enorme angustia, en situaciones de crisis como esa empiezan a deambular los monstruos…como si la gente buscara concretizar los males en personajes a fin de poder perseguirlos y darle una especie de solución”, expresó.

No hubo más criaturas extrañas para Carlos Casares. Sin embargo, Soto Roland ironizó: “No creo que la leyenda del lobizón sea algo exclusivo de aquellos años. El mundo está pasando un momento bastante complicado y no dudo que de acá a un futuro, cercano o lejano, van a aparecer otros ‘lobizones´ de visita”.

Fuente: TN

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