Vivir mirando hacia atrás…

Los argentinos optamos frecuentemente por poner la vista en el pasado. Algunos, con la siempre injusta generalización de que “todo tiempo pasado fue mejor” y otros con la idea de que ese pasado, protagonizado por sus rivales (políticos, filosóficos, etc.), fue un tiempo donde todo se hizo mal y al que hay que evitar volver por todos los medios posibles.
Esta última postura se ha adoptado demasiado en el último tiempo –y se sigue adoptando- para criticar las deficientes gestiones que, en general, han conducido los destinos de nuestro país. Esto es: todos tenemos cosas para criticar de quienes mandaron en el pasado porque, según creemos, allí está el origen de nuestro presente desagraciado. Sin embargo, lo llamativo del fenómeno es su permanencia en el tiempo, evidenciando claramente cómo nadie se hace cargo del presente ni del futuro porque está más preocupado en endilgar las responsabilidades en quien tomó malas decisiones en un tiempo que ya pasó.
Mirar el pasado suele ser una tarea fructífera siempre y cuando esa conducta tenga que ver con una intención educativa. Esto es: mirar lo que pasó para aprender y aprehender qué se hizo bien para apostar a ello, al tiempo que observar lo que no sirvió y descartarlo para el futuro. Sin embargo, hoy la mayoría de nosotros solo escarbamos el pasado para buscar allí combustible con el que atizar nuestros enfrentamientos.
Paradójica y justamente, el futuro debería ser nuestro norte evaluativo y de planificación por ante el pasado. Poner la vista en el porvenir habiendo aprendido de lo que ya hicimos (bien y mal) y a partir de allí decidir nuestras acciones, seguramente sería una conducta mucho más provechosa que el mantenernos atados a lo ido.
El futuro aún no ocurre y muy probablemente su composición tenga que ver con lo que nosotros hagamos por él. El pasado, en tanto, es algo que ya ocurrió y que, como afirmaba el poeta ateniense Agatón, “ni siquiera los dioses pueden modificar”.