Desde el año 1990, cada 29 de septiembre se conmemora en nuestro país el “Día del inventor”, en homenaje al nacimiento de Ladislao José Biro, el mentor del bolígrafo popularmente conocido como “birome”. Biro nació en Budapest, Hungría, el 29 de septiembre de 1899, emigró a la Argentina en el año 1940, se nacionalizó argentino, y aquí desarrolló una productiva carrera como inventor profesional hasta su fallecimiento, ocurrido en la ciudad de Buenos Aires el 24 de octubre de 1985.
Ladislao Biro es el inventor argentino más importante de toda nuestra historia y el paradigma del “inventor profesional”, comprometido con su rol social a favor del progreso de la humanidad. Pintor, periodista e investigador incansable, Biro ha sido -y sigue siendo- el arquetipo fundamental para los inventores argentinos y de todo el mundo. Entre sus numerosas creaciones, la “birome” es la que más prestigio, reconocimiento y éxito económico le produjo a nivel mundial, pero también ideó la caja automática de velocidades para automóviles, la aplicación práctica del principio de sustentación magnética para trenes (posteriormente implementado en Japón), el perfumero “a bolilla”, la boquilla para cigarrillos con carbón activado, la tinta para bolígrafos y hasta un método para el enriquecimiento del uranio.
Habitualmente, el argentino promedio se jacta ante el mundo de decir que en Argentina se inventaron, además, el dulce de leche, el colectivo, la identificación a través de las huellas digitales, el bypass cardíaco y el helicóptero, entre muchos otros. Quizás el permanente contacto con las necesidades nos ha llevado a pensar cómo solucionar esos trances y, allí, esa inteligencia creativa surge casi a diario.
Claro que no siempre se puede estar a las resultas de ese ingenio, que si bien es muy importante, no deja de ser azaroso. Inventar debería estar a la misma altura que diseñar y sistematizar un país previsible y sin tantos sobresaltos como en el que vivimos hasta ahora.