Históricamente, los jubilados son una de las clases sociales más perjudicadas de la Argentina. El fenómeno no es novedoso, ya que las diferentes administraciones que han ejercido el Estado –salvo honrosas y contadísimas excepciones- no los han tenido en cuenta positivamente en sus decisiones políticas y administrativas.
“Jubilado” es un término que deriva de “jubileo”, palabra que a su vez tiene su origen en la expresión latina iubilum (derivada del verbo iubilare), que refería los gritos de alegría de los pastores y que terminó por significar alegría, gozo o alabanza. Lo cierto es que en la Argentina actual pocos son los jubilados que pueden expresar alegría por encontrarse a esa condición.
Inmersos en una conciencia social que habitualmente denosta y menosprecia a sus adultos mayores, el acceso a una vejez digna y saludable y la posibilidad de un descanso económicamente tranquilo tras una vida de trabajo son situaciones más utópicas que reales para una inmensa mayoría de los jubilados compatriotas.
Días atrás, el Poder Ejecutivo envió al Congreso una nueva fórmula de movilidad jubilatoria para que se debata en la Comisión Bicameral. Ante esta noticia se encendieron las polémicas sobre si se trata de una fórmula buena para los jubilados y las jubiladas o si se trata de una fórmula de ajuste.
Pero esta no es la única preocupación que atraviesa nuestra “clase pasiva”. Al escaso monto de dinero que percibe la inmensa mayoría de nuestros jubilados hay que sumarle la falta de cobertura y respuesta de los sistemas de seguridad social y salud que deberían acogerlos. Este panorama ya es crónico. Y preocupante…
Algunas pequeñas grandes muestras de la angustiante situación que hoy viven demasiados integrantes de una franja etaria a la que todos –indefectiblemente y si tenemos suerte- vamos a llegar.