Parecemos mendicantes cuando recorremos farmacias y supermercados preguntando si tienen alcohol para la venta. Después de dos veces de visitar el mismo local nos resignamos con la negativa y por vergüenza no volvemos más allí.
Ante el llamativo silencio de la clase dirigente nacional por la falta de un insumo imprescindible para protegernos contra el virus que amenaza de muerte a los argentinos, y teniendo en cuenta que empresas que lo elaboran aseguran tener cantidad de producto más que suficiente para venderlo a quienes quieran comprar, nos preguntamos si su faltante tendrá alguna relación con el negociado descubierto por un periodista en el ministerio de Desarrollo Social de la Nación, además de los que se han detectado en otras reparticiones, como por ejemplo los sobreprecios pagados en el Pami y también en el ministerio de Seguridad de la administración de Alberto y Cristina Fernández.
Hace más de un mes que durante las 24 horas de cada día, en todos los medios de comunicación del país, se habla de la pandemia, de las medidas para evitar el contagio, del número de enfermos y muertos aquí y en el mundo, de encerrar a los viejos obligándolos a pedir permiso por teléfono para poder salir un ratito con la excusa de protegerlos… ¡Pero nadie habla una p… palabra del faltante de alcohol para protegerse del contagio!
O estamos en el mundo del revés o la imaginación de los corruptos es diabólica. Es posible que en estos tiempos de cuarentena hayan optimizado sus estrategias y ampliado el «mercado» a rubros hasta ahora insospechados, con códigos mafiosos que involucran a sectores más amplios que les aseguren silencio e impunidad.
Porque, convengamos que no es normal que ningún funcionario del Ejecutivo nacional, ni de las gobernaciones, ni senadores ni diputados del Congreso ni de las legislaturas provinciales, y ni siquiera alguno del Poder Judicial en todo el país, muestre curiosidad y denuncie esta situación, pida una investigación y apele a todo el peso de la ley para condenar a los culpables.
Esta inacción es la que despierta sospechas y lleva a elucubrar la posibilidad de que el negocio sea acaparar la mayor cantidad posible del producto para venderlo cuando las «papas quemen», a partir de la segunda quincena de mayo, con el virus en plena acción.
Mientras tanto, a esos delincuentes que especulan con mayores ganancias a costa de la enfermedad, esos verdaderos miserables que curiosamente nadie denuncia, les es indiferente que se incremente el riesgo de contagio entre los ciudadanos que no consiguen alcohol -además de los muchos que no pueden pagar su precio- y que con ello se multiplique la cantidad de argentinos muertos. A ellos, y a sus cómplices, solo les importa el dios dinero.
Sería maravilloso que cada uno le pida a su Dios que aparezca algún argentino capaz de defendernos como corresponde en esta emergencia.
Gaza
