Padre José Ceschi
Es bueno sentir a Dios como amigo, aun sabiendo que es una amistad muy
«despareja». Lo bueno es saber que Él siempre quiere ser nuestro amigo: con nosotros o… a pesar nuestro.
«Dios no sabe amar a nadie más que a ti. Pero Dios no te ama más que a los demás. Lo que puede suceder, y muchas veces sucede, es que Dios quiere amar a alguna persona de modo infinito y ese alguien no lo deja, mientras otro sí lo deja».
Lo dice una interesante página del padre Zezinho, un sacerdote brasileño con mucha llegada entre la gente joven. Sigamos leyendo: «Es como el sol de la mañana. Si tú cierras completamente tu cuarto, el sol no entra. Si dejas una rendija en la ventana, el sol entra un poco, lo suficiente para recordar que existe. Si abres una parte de ella, entra más; si abres las puertas completamente, él inunda tu cuarto de luz.
Si el cuarto está en tinieblas, no culpes al sol. Si Dios no parece ser tu amigo, no lo culpes. Él sólo sabe amar de una manera, no de la manera que tú quieres.
Y aunque la manera de amar te cause dolor algunas veces, acepta; abre de par en par las puertas.
Su manera de amar no siempre agrada, pero es la mejor que existe.
Al fin ¿deseas un amigo más o un amigo que te ame hasta el infinito?
Dios entiende de amistad. Deja que sea tu amigo.
Tal vez algunas veces cauce dolor pero con Él por amigo nunca conocerás la soledad. Es que Dios nunca está lejos: en la mayoría de las veces está muy cerca. Y en ciertos momentos está dentro de las personas. Deja que el sol entre…
¡Deja que Dios sea tu amigo! Vas a ver cómo tu vida se inunda de sabiduría…».
Para dejar que Dios sea nuestro amigo tenemos que estar dispuestos a escuchar su voz. Tarea no siempre fácil, por numerosas interferencias. Lo expresaba una plegaria de Tagore: «¡Qué necios estos deseos míos, Señor, que están turbando con sus gritos tus canciones! ¡Haz tú que sólo sepa yo escuchar!».
¡Hasta el domingo!
