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lunes 6, de mayo , 2024

El odio nos sigue perjudicando y cada vez más

En 2005, en una nota publicada por el diario español El País, el médico barcelonés Albert Jovell se mostraba preocupado porque, a pesar de ser una enfermedad social grave, el odio no recibía su consideración como problema de salud pública. Jovell explicaba entonces que no existían investigaciones sanitarias sobre la prevención, el diagnóstico y el tratamiento del odio, pero que una parte importante de las noticias polémicas y hasta trágicas tenían que ver con el odio y sus consecuencias.
En aquella publicación, el médico catalán consideraba que “el sujeto que odia persigue, en pensamiento o acción, la destrucción del sujeto u objeto en el que proyecta su odio. Cualquier estrategia orientada a esa destrucción, incluida la mentira, le es válida al que odia, tanto que suele acabar creyéndosela como argumento para ganar adeptos y justificar pensamientos y acciones violentas. El odio es un sentimiento irracional que anida en un sujeto excesivamente poseído y convencido por su razón y su visión de las cosas”.
Y agregaba: “El odio es un sentimiento que se retroalimenta y reproduce constantemente, necesita confirmarse de forma continuada, cohesiona grupos cerrados y se crece ante la presencia del sujeto odiado. La presencia cotidiana del odio ha supuesto que la generación de nuestros hijos crezca normalizándolo y que puedan pensar que la violencia es un sentimiento y un patrón de actuación propio del ser humano e, incluso, adecuado cuando las personas o instituciones tienen que resolver disparidades de criterio o disputas”.
Los actuales tiempos argentinos, con la pandemia habiendo profundizado las diferencias sectoriales que ya padecíamos pre-Covid, demuestran que la visión de Jovell tiene en esta parte del mundo un ejemplo claro y preocupante. El odio hacia el diferente nos ha invadido y sus pavorosas ponzoñas nos envenenan cada día. Y en momentos en que lo que se requiere casi obligatoriamente son consensos y reconstrucción para salir de la acuciante coyuntura, la odiosa división no aporta nada bueno.

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