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  • Todas las cosas son imposibles, mientras lo parecen. | Concepción Arenal

miércoles 24, de abril , 2024

El país que espera a su Godot

“Esperando a Godot” es una obra perteneciente al teatro del absurdo escrita a finales de los años 1940 por el irlandés Samuel Beckett y publicada en 1952. La obra se divide en dos actos, y en ambos aparecen dos vagabundos llamados Vladimir y Estragón que esperan en vano junto a un camino a un tal Godot, con quien (quizás) tienen alguna cita. El público nunca llega a saber quién es Godot, o qué tipo de asunto han de tratar con él. En cada acto, aparecen el cruel Pozzo y su esclavo Lucky, seguidos de un muchacho que hace llegar el mensaje de que Godot no vendrá hoy, «pero mañana seguro que sí».
Esta trama, que intencionalmente no tiene ningún hecho relevante y es altamente repetitiva, simboliza el tedio y la carencia de significado de la vida humana, tema recurrente del existencialismo. Una interpretación extendida del misteriosamente ausente Godot es que representa a Dios, aunque Beckett siempre negó esto.
La obra de Beckett bien podría aplicarse a la realidad nacional argentina, donde siempre parecemos estar esperando a nuestro Godot (generalmente en una figura dirigencial) y éste, como en la obra, nunca aparece. Así, los sueños mueren, las generaciones pasan, los sueños mueren, las frustraciones se encadenan, la esterilidad se hace crónica y miles de vidas se escurren por la alcantarilla del tiempo sin haber vislumbrado un sentido. Nuestro país vive en una especie de limbo crónico.
Los argentinos nos hemos convertido en millones de Vladimires y Estragones aguardando que ese salvador, ese justiciero, ese mesías, haga su “trabajo”, lo cual depara algunas cosas llamativas y preocupantes: la responsabilidad del progreso o la evolución siempre es de otro, y muy pocas veces consideramos a las acciones concretas, al trabajo y a la voluntad como la clave para lograr nuestros objetivos.
De más está decir que, como en “Esperando…”, ese Godot nunca llegará, al menos como lo imaginamos desde hace siglos. Por tanto, apostar por otras soluciones quizás nos lleve a mejores resultados. O al menos a no permanecer en este teatro de lo absurdo.

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