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  • Nadie debería creerse perfecto, ni preocuparse demasiado por el hecho de no serlo. | Bertrand Russell

sábado 20, de abril , 2024

El riesgo de la anomia institucionalizada

 De un tiempo a esta parte son preocupantes algunas ausencias que demuestran los Estados (nacional, provinciales y municipales) en su rol de rector de los vínculos, los intereses y las relaciones entre los actores de cada una de sus sociedades. A través de sus diversos estamentos y con la herramienta insustituible de la ley, el Estado tiene el deber ineludible del ejercicio de la autoridad con un objetivo único, claro y concreto: el bien común. Se puede decir entonces que el principio liminar del Estado es regular la organización social y velar por su preservación en paz. La anomia es, por definición práctica, todo lo contrario de lo hasta aquí señalado. El desorden que se replica en distintos escenarios de nuestro país, en lo político, en lo social, en lo económico, incluso también en lo educativo, es el fruto amargo de esa anomia. 
El Diccionario de la Real Academia Española instruye sobre el término anomia: Estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas sociales. 
Si la anomia social se extiende a modo de pandemia y termina por establecerse como endemia, empieza a prevalecer la ley del más fuerte. Y si los que primero desertan del cumplimiento del contrato social son los gobernantes, los funcionarios, los aspirantes al gobierno, la Justicia y las fuerzas de seguridad, el ciudadano queda indefenso y a la intemperie. Como autoprotección disfuncional él mismo se hará anómico y la sociedad en su conjunto quedará bajo el imperio de la ley de la selva.  
Preocupantes síntomas de todo esto atraviesan el país en general, en Mendoza en particular y en San Rafael más puntualmente. Se podrían enumerar muchos ejemplos de complicidad anómica entre infractores, autoridades y Justicia en hechos de la vida cotidiana.  
Un Estado sin normas hace inestables las relaciones del grupo, impidiendo así su cordial integración. Si uno observa nuestros comportamientos debería, no con poca preocupación, afirmar que esa es nuestra preocupante realidad actual y, en consecuencia, el futuro no aparece como muy esperanzador. 
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