Cuando hablamos de las cíclicas crisis económicas a las que estamos penosamente acostumbrados los argentinos, habitualmente nos referimos a sus devastadores efectos sobre las clases sociales menos favorecidas.
En cada recesión, como la actual, enormes franjas de la sociedad se ven privadas del acceso a los recursos básicos para sobrellevar una vida digna. Son los grupos marginados de un sistema inestable y pernicioso, que se ve reflejado en el aumento de los indicadores de la pobreza e indigencia en el país.
Pero, enfocada en una escala social ascendente, la recesión constante va postergando también los proyectos de desarrollo de la clase media. Entre ellos, el acceso a la vivienda propia.
Mendoza no es ajena a este fenómeno: las últimas cifras del Instituto Provincial de la Vivienda estimaban que existía un déficit de más de 80.000 casas en la provincia y desde el organismo se admite que en el contexto actual ese déficit pueda ser cubierto en forma sustancial.
Además, hay que tener en cuenta que una inmensa mayoría de los mendocinos no tiene recursos propios para construir una vivienda y necesita ayuda del Estado y del financiamiento para acceder a ella.
Diversos factores contribuyen a la problemática: en primer término, construir una vivienda de clase media demanda varios millones de pesos (cifra de la que muy pocos integrantes de la clase media –por no decir ninguno- dispone); asimismo, las fenomenales tasas de interés que operan los bancos privados y los de gestión estatal han restringido el acceso a créditos específicos, cuyos solicitantes necesitan de elevados ingresos (que tampoco tienen) para encuadrar en la calificación establecida. Los créditos UVA ya sabemos en qué terminaron.
Así la cosas, una porción mayoritaria de la sociedad sigue viendo el sueño de la casa propia solamente como eso, una utopía. La crisis golpea tanto en quienes sufren la pobreza al punto de no cubrir sus necesidades esenciales y en quienes observan que sus aspiraciones de progreso se precipitan al ritmo de la economía.
