La cueva en la que vive Petrovic cuenta con una bañera herrumbrada que él usa a modo de inodoro, algunos bancos y una fardo de heno que hace las veces de cama. Este ermitaño come habitualmente hongos y pescados que consigue de una quebrada próxima. Sin embargo, de vez en cuento desciende a la ciudad para alimentarse de las sobras que hay en los basureros. También cuenta con algunos de sus animales para evitar que se los comieran los lobos.
Uno de los mayores orgullos de Petrovic es una jabalí adulta llamada Mara a la que halló hace ocho años atrapada en los arbustos siendo todavía era pequeña. Ahora la porcina pesa más de 200 kilos y come manzanas de la mano del hombre. “Ella es todo para mí, la amo y ella me escucha. No hay dinero que pueda comprar algo así, una verdadera mascota”, aseveró. También está acompañado por tres gatitos cuya madre fue muerta por un lobo, y ahora los alimenta con una jeringa.
Antes de tomar distancia de la civilización, este hombre que en aquel momento tenía 50 años, donó todo su dinero para financiar la construcción de pequeños puentes en el pueblo. Petrovic ve al dinero como una “maldición que echa a perder a las personas” y es por eso que se alejó de él.
En una de sus distanciadas incursiones al pueblo cercano se enteró de la pandemia de coronavirus y, pese a su poco contacto con otras personas, también se vacunó contra el Covid-19. “El virus no escoge, vendrá aquí también, a mi caverna”, agregó.